Sobre los umbrales
Despedirse de un territorio y una vida para hacerse líquido. Una carta sobre la soledad, el extravío y la experiencia de volver a pertenecer. Por: Mauricio-Ishwara
Diez y diez ‘aeme’ en España, cinco y diez de la mañana en tu Chile y tres de la madrugada en Colombia. Llegué del mar hace una hora. Como te conté en otra de nuestras cartas, la rutina de ir a bañarme antes del amanecer me ha mantenido a flote. El mar Cantábrico es frío, bravío y cambiante. Aquí, existe la tradición de bañarse los 365 días.
Fui por primera vez en abril, cuando bajé de la montaña, tras el retiro y luego de la separación. Había pasado cuatro meses en una cabaña, en un pueblo de Asturias con cuatro habitantes en invierno, rodeado de bosques. Llegamos allí en diciembre, para meditar, escribir y consagrar. A los dos meses, ella partió para un entrenamiento. Yo me quedé mes y medio solo, con mis voces, fantasmas y sombras. Una de mis ‘noches oscuras’ del alma. Sin embargo, en este gélido escenario, exterior e interior, también emergieron atisbos de refugio, ternura y poesía. A su regreso, tomó la decisión y comenzó la bifurcación. Paradójicamente, cuando empezaba la primavera, yo salía de la hibernación y comenzaba el descenso al duelo.
Llegué a Gijón para permanecer dos semanas. Antes, visitaba esta ciudad cada semana y media, para hacer las compras. Llegaba temprano, tomaba un café, paseaba por el malecón, almorzaba en un restaurante vegano, hacía mercado y regresaba. En uno de esos itinerarios, conocí a mi amigo Julen. Él sería luego consistencia en la acuosidad. Apenas supo del tiempo que atravesaba, me acogió con bondad y quiso integrarme en sus planes.
Aunque él nació en Holanda, tiene ascendencia vasca y vivió en Barcelona por décadas, hace dos años se mudó a Gijón y ha aprendido los secretos del ‘buen vivir’ de este lugar. Él fue quien me citó al día siguiente de mi llegada en la playa, me sugirió tomar una ducha fría en casa, me advirtió acerca de hacer un baño corto y me ofreció un té caliente cuando yo tiritaba. Lo acompañé varios días durante las dos semanas, quise renunciar, mas encontré en su amistad y en el baño una solidez que no tenía en otros ámbitos de mi vida. La costumbre de bañarme con agua fría desde entonces, se la debo a él.
Luego, como tú sabes, vino el viaje de duelo, por los lugares que fueron nuestros; el camino de movimiento, para que entrara aire a esos pulmones que quedaron sin aliento, y el peregrinaje de renacimiento, en busca de la atención a la bondad y la belleza. Dos meses en nuestra Colombia. En un volver a la familia siendo otro y a la vez el mismo; en una explosión gastronómica que mi digestión ya desconoce; en una riqueza natural que me recordó la reverencia a lo vivo, y en una ternura y humildad que, en ocasiones, hacen inconcebible el nivel de hostilidad y desgarro. Iba a hacer el duelo de ella, pero en su lugar aparecieron grietas más hondas y raíces profundas.
Me uno a tu comentario, hasta aquí, hay muchas comas y puntos y comas. Pero vienen más:
Después fui al Sur, a Santiago de Chile, cuando te vi y conocí a tu amor. Me uno a tu descripción de la ciudad: sequedad, rapidez y, a veces, la sensación de otro idioma. Había visitado el país en siete oportunidades, pero en las dos semanas que permanecí allí, sentí calidez y gran innovación. Ahora que vives en esta ciudad, tengo más razones para volver y espero conocer ese Sur del Sur que tanto te inspira.
Pasado este tiempo, partí hacia Argentina, cruzando esa cordillera blanca y agreste. En el avión está prohibido levantarse. En el pasado, tuve vuelos con gran turbulencia y me resulta imposible no evocar la película basada en el accidente del avión uruguayo. Viví en Mendoza nueve años. Regresar fue aún más doloroso que en Colombia. Caminé nuestras calles, visité los cafés, paseé por el Parque San Martín, contemplé Los Andes, vi a mi perro Shiva e incluso pasé una noche en la casa donde habitamos tres años, antes de venir a España. El clima es seco, como en tu Santiago, está ausente la tierra negra, hay olivos y viñas con sus troncos retorcidos; no obstante, la ciudad tiene corredores de árboles alimentados por un sistema de acequias.
Sentí nostalgia y añoranza, longing, una parte de mí encontró ‘hogar’ en este territorio. Y eso fue lo que percibí cuando miraba a los ojos de mis amigos. Debo confesar que tuve temor de volver. No sólo porque las cotidianidades con ella fueran regresaran en la forma de punzantes recuerdos, sino porque no sabía cómo me iba a sentir con esas personas que nos conocieron y amaron a los dos. No obstante, la presencia y gentileza de ellos me fueron devolviendo una sensación de solidez, de identidad.
Al regresar a Gijón, he cumplido con el ritual de la visita al mar. No sólo por la vitalidad que siento después, sino por ese impulso de pertenecer, belong. Entre siete y ocho de la mañana, una decena de personas llega hasta ‘La Escalerona’, un descenso a la playa con un reloj de torre. Hay una pareja de octogenarios; mujeres y hombres maduros; unos novios jóvenes, ella norteamericana y él español; Julen, y ahora yo. Nos saludamos, hacemos comentarios sobre el mar, la temperatura o el amanecer, nos cambiamos y vamos lento hacia el ‘templo’. Entonces, callamos, cada uno va a su ritmo y se sumerge mientras las luces de la aurora comienzan a aparecer.
He releído por tercera vez el libro La desaparición de los rituales y, como tú me enseñaste, escribo las fechas de lectura. Allí, el filósofo Byung-Chul Han habla del “descanso festivo”. Siento que estoy recobrando esta experiencia con la nueva comunidad:
“Hoy hemos perdido casi por completo el descanso festivo, que se caracteriza por la simultaneidad de intensidad vital y contemplación. La vida alcanza una intensidad real justo en el momento en que la vita activa [...] asume en sí la vita contemplativa”.
Me despido en este tiempo de transición, de umbral hacia otoño, cuando las aguas y el viento se enfrían, y el calor del cuerpo y las hojas va hacia la raíz. Poquito a poco, perteneciendo-me.
Un abrazo en mis letras,
Mauricio-Ishwara1
Mauricio-Ishwara: Aprendiz serial, peregrino, meditador, escribidor y facilitador de procesos de cambio personal y colectivo. Nació en Colombia, vivió nueve años en Argentina y está radicado en España. Ha trabajado como editor, profesor universitario, asesor estratégico de organizaciones, activador creativo y columnista. Es cocreador del proyecto Orilla Futuro. En Instagram es @ishwara_peregrino.