[Be]longing
Una carta sobre el intento por pertenecer, en la cruzada diaria por el ser y en la pregunta constante ('a massive question mark') por el añorar. Por: Nathalia S.
Seis de la mañana aquí, cuatro de la mañana en Colombia. Ya casi completo un año viviendo en Santiago y todavía pienso en el mismatch. Tener horario laboral del norte contribuye, en todo caso.
Regresamos del sur [de Chile], más al sur [de Santiago] de nuestro sur [América] hace un par de días. Estuvimos en La Araucanía por El Dieciocho. Así, en mayúscula y sin más, un número que, realmente, fueron cuatro días: dos de ellos feriados. Para 2024 anuncian cinco días de “pausa” por las fiestas patrias.
En esta, mi primera vez ever como ‘dieciochera’, hubo schop (pola) y sánduche de churrasco partido en dos en el aeropuerto (“escoja el –trozo– que más le beneficie”, me dijo el mesero); vuelo low cost retrasado cuatro horas; cambio de 24 grados húmedos y nublados en Santiago a 8 grados a veces despejados, a veces lluviosos en Temuco; empanadas de pino; vino; trote una y dos veces; asadito con navegado ‘accidental’ (se fue la mano calentando el Puertas que había llegado demasiado helado para consumir); almuerzo familiar ‘pre-calentado’ con pisco chileno (hay que precisar); caminatas cortas con cambios drásticos de clima (muy Escocia); pajaritos (panes) al desayuno; pastelitos rellenos de manjar a la once (¿las onces colombianas?); mote con huesillo en Isla Cautín después de jugar a la pelota y elevar volantín/cometa; siesta después de almuerzo; caminata con una pisquita de luna asomada; pola encamada.
Exceso de puntos y comas.
Lo que no hubo, eso sí, fue terremoto. Tampoco fonda. Pendientes pa’ la próxima.
Estar en un nuevo país es como hablar un nuevo lenguaje. Todo es curiosamente familiar porque, pues, tanto en Colombia como en Chile hablamos “castellano” (hay quienes difieren), y aun así, también es ‘perturbadoramente’ distinto.
El día que regresamos a la zona central (en donde vivimos “temporalmente”), salimos en la noche a ver una película que hablaba de los hijos del exilio, relatos de adultos que salieron de Chile siendo niños y niñas debido a la dictadura de la Junta Militar que derrocó al gobierno de Allende hace cincuenta años. Algunos de los relatos eran de personas que estuvieron en la RDA en Alemania (fundada en 1949, disuelta en 1990) y luego volvieron a Chile. Hablaban sobre cómo ese lugar del que salieron cuando chicos (Chile), al volver ya no lo entendían, y cómo ese lugar en el que crecieron (la RDA) ya no existía más y no podían volver. Los edificios estaban, las calles existían, pero ese país, la República Democrática Alemana, ya no estaba más.
Los lugares son más que edificios, mapas de calles, marcas en las puertas. Son más que números como en Bogotá, o nombres como en Santiago. Es decir, son eso pero son más. Son afectos, relaciones, sabores, olores, naturaleza que entiendes o que te confunde (aquí sigo fallando cuando digo que huele a lluvia).
Por la manera en que habito este país desde que me mudé para seguir conjugándome en plural, el sur se entreteje como un lugar de afectos hilvanado por comida caliente, estufas encendidas y conversaciones en la mesa, mientras el centro es como un pequeño punto en el mapa en el que nosotros vamos, poco a poco, perteneciendo. Belonging. Como cuando en un juego de video uno va, lenta y tozudamente, desbloqueando niveles.
Belonging, pertenecer. Longing, añorar. Be, ser.
Yo en Santiago siento que pertenezco, de alguna manera. No hasta las entrañas, como en Colombia (en donde nací y en donde mi historia existía ya antes que yo), o suave y ‘transformadoramente’ como en Escocia (lugar al que llamé “mi casa” por siete años), pero pertenezco. Reconozco las calles, sé dónde comprar el queso y el jamón para el desayuno, también pesqué un lugar en dónde conseguir arepas para cuando nos mareamos de las tortillas. Ya una vez, incluso, me fiaron en la tienda. Sé andar en metro, usar la aplicación para tomar el bus, caminar cuadras y cuadras para despejar la cabeza, para tomar una reunión virtual, para ‘matar’ la hora-silla del tele-trabajo.
Los afectos aquí, sin embargo, vibran (‘cimbronean’, como escribí alguna vez) sólo cuando estamos juntos. Él y yo. De resto, es una ciudad que habito pero que aún no quiero. No me quiere tampoco. Sin estar de paso se siente un poco así.
El sur es otra cosa. Aunque no he vivido nunca ahí, me he soñado ahí. En mi mente, en la nuestra, hemos sembrado árboles, le hemos puesto un columpio a un castaño en medio de un campo, hemos adoptado a los perros de los vecinos, me he imaginado caminando con mi mamá buscando un café. Hay algo en sus volcanes, en sus lagos, en la lluvia, que me llama, me atrae, me atrevería a decir que incluso me conversa. Hay calles que se llaman Lago Ranco, Lago Panguipulli, Lago Calafquén, Lago Pirihueico, Lago Puyehue, Lago Chapo. Se siente el agua.
Santiago, pucha, ¡es tan seco!
Y claro, en el sur está el “clan” que me acoge. Su familia que con sus rituales, sus rutinas, sus maneras: me abraza sin apretar. Quizás más que abrazarme, me incluye. Y aunque no vivo allá, siento que, por extensión, por ser quien es él, por venir de donde viene, y desde donde salió para eventualmente encontrarse conmigo en una playa fría de Edimburgo, pertenezco.
Como una herencia.
Mientras escribo estas letras, despido con cariño y algo de nostalgia el invierno. Llevamos ya algunas semanas ‘transicionando’ hacia la primavera y sigo intentando entenderme y conocerme aquí, con esta luz esquiva, con los pájaros alborotados, con los olores de las flores ‘reventando’. Como dice Bebe, cantante del país que ahora te acoge: “busco-me, busco”.
En el intento por pertenecer. En la cruzada diaria por el ser. En la pregunta constante (a massive question mark) por el añorar.
Mis primeras letras.
Viernes, veintidós de septiembre de dos mil veintitrés. Nueve y trece de la noche.
Nathalia S1.
Nathalia Salamanca Sarmiento. Escucho, leo, escribo, edito, así, una y otra, y otra vez. Colombiana, con siete años acumulados en Escocia (en donde escribí mi primer libro) y ahora echando a andar la vida en Chile. De formación periodista, como investigadora he trabajado en medios de comunicación, organizaciones sociales, organismos internacionales, centros de pensamiento y espacios académicos en Colombia, Reino Unido y Alemania. En Instagram @nthl137 y en Twitter @nthl_s