El peregrino y su palpitar invisible
¿Cómo viajar sin la ansiedad de la novedad? ¿Cómo hallar sentido en lo cotidiano? Una carta sobre el arte de moverse y el aroma del instante. Por: Mauricio-Ishwara
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Amiga jardinera,
Tus letras me alcanzan en Portugal. Te escucho y leo en un pequeño balcón en Lisboa, desde donde veo el río Tajo en su avance hacia el mar. Esta ciudad es un territorio de calles empinadas, lentos tranvías amarillos, azulejos en las fachadas y música nostálgica. Tiene un crisol que afina el alma: la magnificencia de las capitales coloniales; la bohemia de un puerto; el glamour de las ciudades turísticas; el misterio de las calles estrechas, y el desafío enriquecedor de las migraciones. Vine hasta aquí para conocer proyectos innovadores, que están haciendo frente a las crisis de nuestro tiempo. Además asistí a un retiro de una formación del paradigma de la ‘Regeneración, una teoría y práctica que busca poner ´la vida en el centro’ en cada una de nuestras iniciativas.
Mientras recorro tu carta encuentro una doble paradoja. Por una parte, ¿cómo resistir al exceso de novedad de los destinos desconocidos, para ser capaces de digerir la experiencia? Por otra, ¿cómo encontrar en medio de lo conocido la novedad?
Para explorar estas paradojas, me acojo al adjetivo con el que encabezas tu carta: “Peregrino”. Esta palabra hace referencia a una forma de moverse con la que me siento identificado. Por supuesto, he sido turista, visité destinos imprescindibles y terminé exhausto después de largos días de marcha. También sentí frustración por no conocer uno de los ‘favoritos’. Recuerdo estos tiempos como un continuo ir hacia adelante, sin permitirme la pausa.
También he encarnado al explorador. Me he adentrado sin itinerario en tierras ignotas o en culturas lejanas. He sostenido la sensación de estar perdido y acudido a un coraje desconocido para sobrevivir. La emoción que emerge en estos tiempos es la voluntad (will), con su connotación de aventura y dominio.
Sin embargo, ya hace una década descubrí otra forma de viaje: el peregrinaje. Esta manera de moverse tiene la connotación de penitencia o búsqueda de una gracia. En mi caso, la relevancia se encuentra en dejarme transformar por el desplazamiento y hacerme más disponible (willingness).
Peregrinar puede hacerse en senderos marcados por otros, como los Caminos de Santiago (España) o el Shikoku Henro (que recorre 88 templos budistas en Japón). Los territorios sagrados tienen un efecto especial; no obstante, para mí la importancia radica en la atención y las intenciones durante el recorrido. Un caminante común puede encarnar al peregrino incluso en los espacios cercanos a su vida. Para hacerlo, su experiencia de andar debe carecer de prisa. Precisa de determinación y afinación, porque la sutileza de un pensamiento o un cambio del entorno pueden ser puertas de elevación. Además tendrá que estar atento a sus senderos interiores a medida que camina por territorios exteriores. El maestro budista Thich Nhat Hanh en sus charlas pronunciaba una frase que resume las condiciones de este desplazamiento: “Camina como si besaras la tierra con tus pies”.
El peregrino entabla una amabilidad con la soledad y el silencio. Vive, a la vez, un recogimiento y una gimnasia de la apertura. En este palpitar interno y externo se despliegan las compañías: el rayo de luz y el canto de los pájaros; las heridas y revelaciones; la verdad y bondad simples. Cuando se observa un peregrino detenido, varias vidas están desfilando en su contemplación. Para describir ese elogio a la solitud serviría la sentencia del romano Catón:
Nunca se está más activo que cuando, a juzgar por la apariencia externa no se está haciendo nada; nunca se está menos solo que cuando se está solo con uno mismo en soledad.1
Por otra parte, querida Nathalia, traes a nuestra mesa otra paradoja. ¿Cómo traer novedad, y si me permites, belleza al lugar de lo cotidiano? Qué común es repetir los días con rutinas y diseñar ambientes cómodos para reducir lo incierto. Qué frecuente es mantener los mismos vínculos y permanecer en discursos parecidos. Qué natural es excluir lo doloroso.
Para acercarme a esta difícil cuestión, me apoyaré de nuevo en la metáfora de las formas de viaje.
Una primera manera como traemos novedad es mediante la adquisición de objetos y la transformación del espacio. Como turistas en busca de atracciones seguimos la lógica aditiva. Consumimos y renovamos. Este alivio dura el lapso entre el anhelo, la breve satisfacción y el nuevo deseo. Aunque anestésico y frecuente, esta vía tiene una falla de diseño, manifestada en la compulsión, la acumulación y el exceso de residuos.
Una segunda forma de agitar lo cotidiano es con el acceso a experiencias. Como exploradores buscamos el entretenimiento en medio de la rutina. Redes sociales, series o videojuegos son hoy refugio de nuestra distracción. También podemos compartir con amigos; tomar una clase de cocina, o tener una sesión de arte. Estos escenarios nos permiten dejar ir, socializar o recobrar la dimensión estética de la vida. Aunque con distintos niveles de profundidad, el entretenimiento, las relaciones y el arte generan un tiempo diferente. Nos sacan del imperio de lo igual.
Por último, se encontraría el ‘modo peregrino’. En tu carta describes el asombro de la pequeña M con sus pepitas de colores o planteas la necesidad de aprender un ‘nuevo idioma’ mientras observas el jardín. Siento que te refieres a una manera diferente de ‘estar en el mundo’. Una donde lo importante no son los objetos o la exploración, sino el espacio interior para acoger la experiencia. Es mediante cierta ‘reverencia’ a lo que ocurre como podemos cruzar el velo del dominio o el ansia de lo diferente, para experimentar la participación con un sistema que siempre se renueva.
Ejemplos de esta forma de aproximarse se encuentran en el pensamiento estoico, cuando se reflexiona sobre la mortalidad. La conocida frase: Memento mori (Recuerda la muerte) sirve para templar el ánimo y recordarnos la oportunidad de estar vivos. También se halla en los altares del ámbito religioso, pues con ellos el devoto recuerda pactos o cualidades esenciales. Incluso, alguna vez un monje tibetano me contó que mientras hacía una acción tan humilde como orinar, pensaba que ojalá esas aguas aliviaran el sufrimiento del mundo. Sé que estos tres ejemplos, para nuestra mente pragmática y escéptica, pueden generar cierta resistencia. Pero ¿no será que nuestro agotamiento y falta de sentido en parte radican en la tiranía del hacer, en detrimento del ser?
Cuando narras la pausa para ver tus cactus, creo que vives realmente la ‘pertenencia’ (belonging) de la que hablas en tus cartas. Más allá de una sensación de enraizamiento en una nación o cultura, se trataría de un diálogo con lo existente. Algunos describen esta vivencia como la Utilidad de lo inútil, otros hablan del Aroma del tiempo2 y hay poetas como Hölderlin que sentencian:
Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, esta es la cima de los pensamientos y alegrías, esta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno.3
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Para terminar estas letras escritas al atardecer, me has pedido que te hable de la huerta que ayudé a crear en Mendoza (Argentina). Creo que en este contexto la historia es pertinente. A comienzos de la pandemia vivía en un departamento. Ya ardía en mí el amor por las plantas. Mi abuela tenía ‘dedos verdes’ y su piso en Bogotá era una sucursal tropical. Luego, cuando me mudé a Santa Marta, uno de mis mejores amigos era Edwin, el jardinero de un vivero. Y en la selva aprendí las primeras palabras de lo vivo, con su abundancia y dureza.
Durante los primeros cuatro años en Mendoza viví en espacios de la ciudad. Siempre tuve plantas e intentaba compostar. Con la pandemia y la disolución de los planes, me moví a una casa en las afueras de la ciudad. Una de las condiciones para habitarla era ayudar al dueño a crear una huerta. Mi entusiasmo con la pala y el azadón duró poco. El suelo era árido y duro. Luego me di cuenta de la ausencia de agua.
Casi nunca llueve y el preciado líquido de la Cordillera llega por acequias sólo entre primavera y otoño. Estábamos en invierno. Entonces hablé con mi amigo Guillermo, quien con dedicación había convertido un basural en un bosque comestible. Me compartió el contacto de ‘Seba’, un joven chileno entusiasta de la permacultura.
Seba vino a casa, presenció la degradación del terreno y habló de la necesidad de “sanar la tierra”. Sus argumentos se asemejaron a una frase del profesor Otto Scharmer, creador de la Teoría U:
La calidad de la cosecha (el resultado visible) depende de la calidad del suelo, de aquellos elementos del campo que generalmente son invisibles a la vista.4
El proceso de regeneración de la tierra comenzó por estudiar el terreno, identificar por dónde circulaba el agua, cuáles eran las especies nativas y qué plantas serían favorables para ese espacio. Luego se cubrió el suelo con restos de poda. También se ordenó el compostaje y se usaron mezclas naturales para enriquecer el terreno.
Como casi todo lo importante, los cambios comenzaron a ocurrir bajo la superficie. Fue un tiempo de dedicación a lo invisible, como hace el peregrino. Yo acudía a diario a la cita para alimentar el proceso. Aunque en muchas ocasiones mi acción consistía sólo en observar, como quien contempla jugar a un niño, sin intervenir. Al cabo de unas semanas, levantamos la capa de cobertura, vimos los primeros insectos y una humedad inusual en la tierra. No puedo describirte la alegría que sentí en ese instante cuando la vida estaba en el centro y latiendo.
Me despido con esta imagen, porque cada vez que se camina sin la velocidad de la meta o se abre espacio en el ritmo de lo cotidiano, se alimenta esa vida bajo nuestra superficie.
Deseo aromas de la lentitud para tus semanas.
Abrazos,
Mauricio-Ishwara5
Citado por Byung-Chul Han. Vida contemplativa: Elogio de la inactividad. Taurus: España. 2023.
Referencia a los libros La utilidad de lo inútil de Nuccio Ordine (El Acantilado, 2013) y El aroma del tiempo: un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse de Byung Chul-Han (Herder, 2014).
Hölderlin, F. Hiperión: versiones previas. Madrid. Hiperión. 1989.
Scharmer, Otto. Teoría U: Liderar desde el futuro a medida que emerge. Tecnología social de la presenciación. Barcelona: Editorial Eleftheria. 2017.
Mauricio-Ishwara: Aprendiz serial, peregrino, meditador, escribidor y facilitador de procesos de cambio personal y colectivo. Nació en Colombia, vivió nueve años en Argentina y está radicado en España. Ha trabajado como editor, profesor universitario, asesor estratégico de organizaciones, activador creativo y columnista. Es cocreador del proyecto Orilla Futuro. En Instagram es @ishwara_peregrino.