Otras formas del encuentro
Un llamado a sostener los contrarios y atesorar los vínculos. Una carta sobre maneras más amables de acercarnos al mundo. Por: Mauricio-Ishwara
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Valiente amiga,
Tu carta, leída y releída, me encuentra en Italia. La primera vez que me acerqué a tus letras estaba en un café en Florencia, buscando calmar la tensión interna entre admiración y conmoción por la majestuosidad. Ese impacto psicosomático de lo bello tiene un nombre “síndrome de Stendhal”, y fue acuñado precisamente en esa ciudad.
Recuerdo que en mi pausa estética, me puse los auriculares y con tu voz avancé en tus palabras. Sentí al principio ese ruido que nos afecta a los dos, ese barullo de las grandes ciudades, síntoma de velocidad y agresividad.
Después, encontré un patrón coherente en tus casi veinte años de escucha paciente: a jóvenes desmovilizados, comunidades indígenas, periodistas en zonas de conflicto y a tantas mujeres de las que has sido confidente. Me conmovió tu paciencia y virtud. A la vez, percibí esa tensión interna para no hacer un uso egoísta de los testimonios, para no apalancarte en el dolor e impulsar tus objetivos, para hacerte casi transparente. Hemos hablado del tema en varias oportunidades: ¿cómo batallamos con nuestras sombras a la hora de escribir sobre el agudo dolor de nuestro país? Pese a los esfuerzos nunca llegamos a un lugar cierto.
Llegué al final de tu carta, cuando hablas de las lecturas rituales con las personas víctimas del conflicto. De esas ‘ceremonias’ donde los relatos, consignados en el Volumen Testimonial elaborado por la Comisión de la Verdad, se leían en un contexto diferente a donde habían ocurrido los hechos. Me imaginé la preparación del espacio, la disposición de la atención y la voz necesaria para darle volumen a los ríos de crueldad y desolación, y también a los brotes de sanación y sentido.
Finalmente, me concentré en tu confesión, esa donde afirmas que escribes la séptima versión de tu texto y cómo: “Este ejercicio de ‘tarjetearnos’ habla del ejercicio y la poética de la presencia, así como del ejercicio y la dificultad y lo que cuesta estar presente”.
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Comienzo a responderte desde Santa Fiora, un pueblo de la Toscana, con siete iglesias y siete bares. Este lugar aparece en el Canto VI del Purgatorio de la Divina Comedia de Dante. Vine a participar de un retiro artístico y lo hago justo en este año donde todas mis fuerzas creativas se pusieron a prueba. Soy el participante con más edad y eso me invita a la flexibilidad. Aquí, entre jóvenes, montañas verdes y calles empedradas siento tus letras diferente. Soy más consciente del ritmo entre el sonido relajante de la lluvia y el ruido de la ciudad; el dolor de escuchar a otros y el sentido que produce ser parte de la trama; la vocación de escribir y la lucha con la palabra.
Lo primero que se me ocurrió al percibir las dicotomías fue dedicar mis letras a uno de los caminos. Optar quizás por el sendero tradicional: la necesidad de adaptarse a la ciudad, acostumbrarse al ritmo, preocuparse más por la propia profesión y no tanto por el dolor, mantener charlas que no toquen grietas y evitar la escritura que nos lleva a lugares profundos.
O por el contrario, si el romance imperaba, hacer una apología del regreso al campo, la fe en la huerta y la lentitud, el placer de habitar conversaciones profundas y los frutos de la escritura ejercida con la paciencia del peregrino.
Sin embargo, mientras contemplo un mar de nubes que atraviesan un valle en el pueblo de Montepulciano, se me aparece la idea de la coincidencia de los opuestos, evidenciada por ejemplo en la tensión de un instrumento para dar su mejor sonido. Traído al plano personal, el rol de las resistencias y dolores para templarnos.
Lo anterior, como casi todas las frases célebres y los libros de autoayuda, es más fácil decir que hacer. Pero el primer paso para disolver la dualidad es evidenciarla y darse cuenta de su artificialidad. ¿Qué es mejor: el día o la noche, el calor o el frío, el verano o el invierno? Optamos por: ¿la actividad o la quietud, la libertad o la fraternidad, el individuo o el colectivo, la guerra o la paz? Existen preferencias, mas si analizamos casos específicos diríamos en la mayoría de casos: “depende”.
Uno de los mejores símbolos para representar la coincidencia de los opuestos es el yin-yang, proveniente del taoísmo. Esta figura circular, dividida en dos mediante una curvatura, tiene una parte negra y otra blanca. En cada una de ellas existe un punto del color contrario, que evidencia cómo en cada polaridad hay un elemento del opuesto.
En el libro base de esta filosofía oriental, el Tao Te Ching, se evidencia esta disciplina de danzar en la dualidad. Comparto la siguiente estrofa como ejemplo:
Porque todos consideran bello lo bello, así aparece lo feo.
Porque todos admiten como bueno lo bueno, así surge lo no bueno.
Ser y no ser se engendran mutuamente.
Lo difícil y lo fácil se forman entre sí.
Lo largo y lo corto se transforman mutuamente.
Lo alto y lo bajo se completan entre sí.
Sonido y silencio se armonizan mutuamente.
Delante y detrás se suceden entre sí.
Es la ley de la naturaleza (Estrofa 2).
Suena coherente y hay una parte nuestra que puede asentir a esta complementariedad. Pero en la vida cotidiana nos centramos en los elementos y sus diferencias, más que en los vínculos y las coincidencias. Distinguimos entre humanos y naturaleza; lo vivo y lo inerte; lo útil y lo inútil. Identificamos jerarquías y roles: jefe y subalterno, entrevistador y entrevistado. Además, en nuestro paso por el mundo enfatizamos tanto nuestra historia, que es casi imposible percibir en tiempo real a otros seres, a los territorios y a las materias en general. Como dirían los psicólogos, estamos siempre proyectando.
¿Por qué ocurre esto? ¿Siempre ha sido así? ¿Será posible ampliar nuestra experiencia para percibir los sistemas más que el elemento? ¿El movimiento en lugar de lo estático?
Una de las explicaciones más convincentes que he encontrado en los últimos años proviene de un profesor de la Universidad de Toronto. Su nombre es John Vervaeke.1 Estudió filosofía, psicología y ciencias cognitivas. Además es instructor en varias formas de diálogo y meditación. Él propone que los seres humanos tenemos cuatro formas de conocer, que a la vez tienen una correlación con la memoria, inteligencia, racionalidad y sabiduría. Las denomina “4P” y las nombra de la siguiente manera: conocimientos Proposicional, Procedimental, Perspectival y Participatorio.
El conocimiento Proposicional está relacionado con la pregunta ‘qué es’, se asocia con la capacidad de abstraer y nombrar. La afirmación “El gato es un mamífero” sería un contenido de esa categoría. Por su parte, el Procedimental se refiere al ‘cómo’, y se expresa en procesos y técnicas. Montar en bicicleta o saber cómo llegar a un lugar son parte de esta cognición. En el caso del conocimiento Perspectival, los contenidos se asocian a ‘quién hace’. Aquí aparece la consciencia de una identidad, un ‘yo’ a quien le pasan cosas. Qué hice en el último cumpleaños o cuál es mi mayor motivación ahora son preguntas asociadas con esta forma de estar en la existencia. Finalmente, el conocimiento Participatorio está vinculado con las percepciones del vínculo con otros, criaturas, objetos o lo numinoso (el misterio). Se manifiesta en la intimidad innombrable que sentimos con los seres amados, una obra de arte, un atardecer o lo sagrado.
Según el profesor Verveake, nuestro tiempo estaría caracterizado por una “tiranía de lo Proposicional” (y yo agregaría también de lo Procedimental). Sólo aquello nombrable o pragmático es considerado existente y válido. Las dimensiones psicológicas, éticas, imaginativas, lúdicas o espirituales son excluidas, o si están presentes, se reducen a emergentes neurofísicos, lingüísticos o sociológicos. Es frente a esta omisión que este autor señala que los dos últimos niveles contienen la clave para hacer-sentido de cosmovisiones como las de los pueblos indígenas o las contenidas en textos sagrados. También, las dimensiones Perspectival y Participatoria ayudarían a entender experiencias tales como la inteligencia colectiva, el sentido de vida o la sabiduría.
De antemano agradezco tu paciencia por acompañarme en esta digresión un poco farragosa. Quería compartirla sólo porque cuando leo tus letras siento que con los años has afinado tu forma de aproximarte al encuentro y a la escucha. Has pasado de las definiciones o las técnicas, para estar atenta a tus intenciones y estados psicológicos a la hora de compartir. Y lo más conmovedor es que ante los otros eres capaz de abrirte, de extenderte como un puente, y eso lo leo cuando afirmas: “La gente me habla, hablamos, y, como digo siempre, hay algo de magia en dos personas que se encuentran y se comparten la palabra y la escucha”.
Resalto la palabra ‘magia’, porque lo que ocurre en un diálogo profundo, en una contemplación del amado, en una interacción con lo natural o en una experiencia con el silencio es que se hace visible el vínculo, el sistema, la red. Y en esa relación se hace más delgada la estructura de la identidad, se disuelve la frontera de los elementos. Pero paradójicamente, al tiempo que ocurre esta ‘desaparición’ surge una solidez procedente de la relación.
Amiga, se me acaba el espacio para estas letras, que también he escrito y reescrito. Las termino en un paraje en la Toscana, llamado Selva, donde me he detenido ante un hongo dorado. Me he sorprendido con su belleza, elegancia y ternura. Detuve la marcha, me tendí en la grama y estuve junto a él, en un intento de ‘conversación’ y en una reverencia a ese mundo fungi, del que hablaremos en otra oportunidad.
Te comparto su imagen y también algunas líneas del poema Todo está esperando por ti (Everything Is Waiting For You) de David Whyte, que resume esta disciplina por otras formas de habitar y pertenecer en el encuentro:
Tu gran error es actuar en el drama
como si estuvieras solo. Como si la vida
fuera un crimen progresivo y astuto
sin testigos de las pequeñas
transgresiones escondidas. Sentirte abandonado es negar
la intimidad de tu entorno. Seguramente,
incluso tú, a veces, has sentido la gran matriz;
la presencia crecida, y el coro, dejando fuera
tu voz solista.
[…]
Baja el peso de tu soledad y facilita la
conversación. […]
Todo te está esperando.
Mi abrazo fraterno en este fin de ciclo y mis mejores anhelos para que este nuevo año tenga paz, florecimiento y creación,
Mauricio-Ishwara2
El profesor Vervaeke se hizo célebre por sus series “Awakening from the meaning crisis” y “After Sócrates”.
Mauricio-Ishwara: Aprendiz serial, peregrino, meditador, escribidor y facilitador de procesos de cambio personal y colectivo. Nació en Colombia, vivió nueve años en Argentina y está radicado en España. Ha trabajado como editor, profesor universitario, asesor estratégico de organizaciones, activador creativo y columnista. Es cocreador del proyecto Orilla Futuro. En Instagram es @ishwara_peregrino.