La cordialidad con lo efímero
Una carta sobre los tratos con la finitud, las conversaciones acerca de la decadencia y los simulacros de muerte para recobrar la vitalidad. Por: Mauricio-Ishwara
Sólo cuando el muerto en ti es matado por completo,
te ves como vivo,
y sólo cuando el vivo en ti es vivo por entero,
te ves a ti como muerto.
Yuanwu Keqin (1063–1135)1
Paciente amiga,
Te escribo estas letras con dos meses de retraso. Recibí tu carta después de haber cruzado el Atlántico, visitar Colombia por algunas semanas, pasar por Chile, donde tuvimos un breve encuentro, y llegar a Argentina.
Confieso que ni en ese cruce fugaz ni en los mensajes previos que intercambiamos pude percibir la intensidad del desafío que viviste con tu quebranto de salud. Mucho menos cómo esa experiencia despertó los hilos de tus tratos con la muerte.
Cuando nos vimos hablamos de los síntomas, de algunas preocupaciones y de cómo reaccionaron L y tu familia. Pero quizás nuestra reunión fue tan efímera que no hubo espacio para expresar el poder de la mirada de ese médico, el valor de la información que te dio y, en especial, cómo el evento despertó las memorias de la muerte de tu padre hace nueve años.
Mientras escuchaba y leía tus letras al otro lado de los Andes, en Argentina, me pregunté si no te miré lo suficiente, si no recordé tus palabras: “Lo importante de vernos y estar juntos cuando corresponde. Sin simulacros”. Es probable que haya sido así. Pero al mismo tiempo reconozco que nuestras cartas tienen el potencial de bucear varias capas debajo de la superficie. En la escritura a veces pasamos de las anécdotas a las dinámicas ocultas. Es más, hemos experimentado que si actuamos con paciencia y honestidad en la autoexploración, aparecen atisbos de nuestros ciclos vitales y de aquello en lo que nos estamos convirtiendo.
Caminé con tu carta por Mendoza y Córdoba. Luego volví a tus letras en un pueblo del norte de Argentina llamado “Purmamarca”, que en lengua aimara significa “ciudad del desierto”. La población se encuentra a 2.324 metros sobre el nivel del mar. Hace parte de un valle andino bañado por el Río Grande, que recibe el nombre de Quebrada de Humahuaca. En 2003, este territorio fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.
Viajé allí para vivir una experiencia de conversación colectiva. En mi carta anterior hice una mención a una reunión de personas en el pueblo Bagá, del Pirineo catalán. Te dije que ese experimento de dos días de diálogo tenía como inspiración una iniciativa nacida hace una década en Argentina. Pues bien, se trataba del ‘encuentro de Purma’, como se refieren a él los asiduos. Resumiré con brevedad el contexto. El movimiento nació de un grupo de cuatro amigos, quienes luego de varios días de charlas transformadoras acordaron encontrarse al año siguiente. Tras diez ediciones, sigue siendo una actividad autoconvocada, nadie promociona ni organiza. Ocurre el primer jueves de septiembre y se extiende hasta el domingo siguiente. El voz a voz hace su magia. Desde su creación asisten personas de diversas latitudes, edades y sectores.
El jueves 5 de septiembre a las 10 a.m., más de 200 personas nos dimos cita en la plaza principal del pueblo. Algunos de los asistentes habituales repitieron las tres consignas que mencioné en mi carta anterior y añadieron dos más: 1. El valor de estar juntos por encima de estar de acuerdo. 2. El compromiso de usar la energía del compartir y tratar de evitar la energía del convencer. 3. La dedicación seria a la calidad de la conversación. 4. La voluntad de hablar desde el estómago (la emoción) y no tanto desde la cabeza (la lógica). 5. La regulación del impacto para permitir que otras voces se escuchen.
Luego de recordar los principios, se invitó a proponer temas o preguntas. Se plantearon entre seis y ocho tópicos. Después hubo una división en grupos, cada quien se acercó al ámbito que deseaba explorar. Tras la organización, comenzó una marcha entre cerros de colores, suelos arenosos y cielos claros. Los colectivos encontraron un paraje, se sentaron en círculo y se dispusieron a conversar. Los temas tuvieron diferentes matices: algunos relacionados con desafíos socioambientales: la pobreza, la crisis climática, la economía o los conflictos bélicos. Otros centrados en las transformaciones: la transición de lo antiguo a lo nuevo, las capacidades necesarias para el cambio o la imaginación del futuro. Los más sentidos asociados con: la enfermedad, la sensación de pérdida de lo vivo y lo efímero. La dinámica de juntarse, resonar, caminar y conversar ocurrió mañana y tarde durante los tres días.
En mis letras anteriores exploré los desafíos de estar juntos. En esta carta quiero quedarme con la dimensión ‘ritual’ que alcanzaron algunas de esas conversaciones en comunidad. En ocasiones sostenemos en la intimidad preguntas, temores o tensiones que no logran llegar a la superficie de lo cotidiano. Pero en este encuentro por momentos sentí que la pausa de la vida, la lentitud inusual, la voluntad de escuchar, las caminatas y la desnudez de este territorio nos permitieron descender por una suerte de espiral. Con el encuentro cálido en esa naturaleza avasallante por instantes percibí la danza de “la belleza y la dureza juntas” (como decías en otra de tus correspondencias).
En tus letras te refieres a esos tiempos ‘liminales’ entre la vida y la muerte, y siento que una de tus frase puede ayudarme a describir la experiencia: “Hay algo de humanidad muy necesaria en esos instantes (eternos para quienes estamos ahí, marcando tarjeta)”. Valga decir que en esos días no estuvo en riesgo nuestra salud o integridad. Sin embargo, hacer-sentido y significado de nuestra fragilidad, del sufrimiento propio y ajeno, así como de la destrucción de la naturaleza, me permitió escuchar una y otra vez el eco del Memento mori (recuerda que morirás).
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Otro tema que atesoré de tu carta fue la referencia a la muerte de tu padre.
Agradezco la valentía de exponer este sufrimiento tan hondo y hacerlo desde un lugar de enorme poesía. Valoro también la referencia al duelo, que la mayoría de las veces fluye subyacente a eso que llamamos ‘vida’, hasta su erupción a través de una pequeña grieta. Finalmente, resueno con la desafiante relación con el misterio del final. En especial, con las ansias por buscar en la memoria las causas de la partida y aquellos aspectos que pudieron ser diferentes para hacer menos doloroso lo innombrable.
Tu testimonio me conectó con otra historia que me fue revelada por una mujer admirable, Celestina Abalos. Ella pertenece a la comunidad Kolla. Es valorada por su activismo por el reconocimiento de la preexistencia de los pueblos indígenas antes de la creación del Estado. Además, como líder comunitaria lideró una causa de dos décadas en nombre de sesenta familias, para la recuperación del territorio de la Finca Tumbaya. Su trabajo ha sido determinante para mejorar la calidad de vida de su comunidad, profundizar la autonomía educativa de su pueblo y reivindicar los saberes ancestrales.
Por su labor paciente y virtuosa, Celestina ha sido valorada por organismos como el Banco Mundial, ha participado en congresos internacionales y es docente de la Diplomatura en Nuevas Economías, de la Universidad de Córdoba (Argentina). Además de su trayectoria, su nombre es sinónimo de hospitalidad, sabiduría y alimento. Gracias a la iniciativa empresarial “Pueblos originales”, hace años Celestina abrió las puertas de su casa para que personas de diversas latitudes conocieran historia, tradiciones, frutos de la tierra y sabores tradicionales. Decenas de seres han sentido su calidez y profundidad.
Aprovechando mi presencia en Purmamarca, coordiné una visita al hogar de Celestina. Llegué con N el sábado 7 de septiembre a las 14 hs. Mi nerviosismo era inusual, pues no la veía desde el 2019. Su bienvenida y abrazo fueron movilizadores. Nos anunció que hablaríamos de yerbas, probaríamos bebidas de maíz y probaríamos budines. Luego caminaríamos por el pueblo y la montaña. La experiencia tenía un diseño cuidado y riguroso. Sin embargo, nuestra conversación tomó un rumbo inesperado, cuando le pregunté: ¿Qué la estaba habitando en ese momento? Nos miramos y sostuvimos el silencio. Me dijo que su padre había fallecido hacía algunos meses. Me habló de la personalidad de este hombre que nos miraba desde una foto, de las circunstancias del fallecimiento y de algunas enseñanzas, como la de hacer un tejado en construcción tradicional.
El diálogo alcanzó otra dimensión cuando usó la siguiente metáfora: “los padres caminan delante de nosotros en la vida y cuando parten quedamos frente a un misterio para el cual no estábamos preparados”. Su voz se quebró, nos tomamos de la mano y lloramos los tres. Ella por la pérdida. Nosotros por sostener la idea de la muerte de nuestros padres. En esta contemplación, juntos sentimos ese vacío existencial siempre presente, pero amortiguado de alguna manera por nuestros progenitores. Vi entonces a la activista, referente social y mujer medicina sentada allí con ese gran misterio. No tenía un manual para seguir, pero se percibía lo suficientemente inmensa para continuar con su peregrinaje.

Entonces me conecté con tu carta de otra manera.
Al final de tus palabras hablas de la importancia de “saber” como antídoto para erradicar la incertidumbre. Por supuesto, te refieres a un conocimiento de los diagnósticos y juicios médicos para hacer frente a la enfermedad. Veo en ese anhelo un natural deseo humano de domar lo incontrolable, de recuperar la agencia en tiempos cuando todo se derrumba. Frente a este ‘saber’ tranquilizador, quiero invitar a escena al ‘no-saber´ afinador.
En el brillante libro Filosofía del budismo Zen (2015) del surcoreano Byung Chul-Han, el autor elabora una comparación entre pensadores occidentales como Platón, Hegel o Heidegger, y maestros de la tradición Zen. Sobre Platón dice que “la muerte no es un catastrófico punto final, es más bien un extraordinario punto de inflexión que conduce a un fin superior. Acerca el alma a lo invisible”. En el caso de Hegel, afirma: “La muerte promete lo infinito”. Y de Heidegger escribe: “La muerte despierta, por lo regular, un yo enfático […]. Una resolución heroica para asumir la angustia”. En estas voces se trasluce un tránsito que va desde la negación de la muerte, el desasosiego y el ‘saber’ las causas del fin, hacia dimensiones esperanzadoras. En el caso de Platón y la tradición religiosa occidental con la idea del más allá; en el de Hegel, la transfiguración a lo universal, y para Heiddeger, la posibilidad de entregarse a su más propio Ser”.
Estas visiones consoladoras han sostenido emocional y transpersonalmente nuestras relaciones con la muerte en Occidente. Pero cuando hemos perdido a un ser amado o estamos frente a la posibilidad de la extinción, a menos de que tengamos una fe inquebrantable, resulta imposible traer sosiego o apaciguar el miedo. Estas perspectivas contrastan con invitaciones donde la muerte aparece como una compañera constante de viaje.
En el Zen, dice Byung Chul-Han, se propone “un ser para la muerte en el que se relajara la grapa del yo”. Para ejemplificar esta postura el autor cita al poeta Kobayashi Issa (1827): “En ningún instante de mi vida he divagado sobre pensamientos de la fragilidad y la caducidad, vi que todas las cosas en el mundo gozan de corta vida y cruzan el espacio con la rapidez del rayo. Caminé de un lugar a otro hasta que mis cabellos quedaron blancos como la escarcha del invierno”.
En su lectura de este testimonio, Han señala: “Issa camina a través de lo perecedero y camina en concordia con las cosas que perecen. […] En cierto modo cultiva la amistad con las cosas perecederas. Lo finito brilla sin el resplandor de lo infinito, sin dejar traslucir la eternidad”.
Aunque será tema de otra carta, sabes que también he tenido tratos con la muerte. Conoces además de mi dedicación a las prácticas contemplativas inspiradas en Oriente y Occidente, donde la consciencia de lo efímero juega un papel esencial. Es verdad que imaginar y encarnar la finitud propia o de nuestros seres queridos genera enorme resistencia, seguida a veces de desazón y tristeza. No hago una apología de estas disciplinas ni mucho menos pretendo su masividad. Primero, porque entiendo que nuestra sociedad ha cultivado un secretismo e incluso una negación con el tema de la muerte. Segundo, porque para algunas personas estas técnicas pueden profundizar los temores.
No obstante, en mi experiencia he identificado que cuando cruzo las capas de rechazo y angustia, a veces me encuentro con el reconocimiento del privilegio de la existencia. Cada vez que ‘muero’ sin demoras, aprecio más mi vitalidad y brilla con más claridad la presencia de quienes me acompañan en este instante.
Amiga querida, cierro así otro bucle de nuestro diálogo. Celebro tu salud y presencia. Honro el recuerdo de tu padre y anhelo que su duelo encuentre caminos de expresión. Atesoro el tiempo de conversación profunda en Purmamarca. Agradezco la confianza y hospitalidad de Celestina. Y recuerdo, una vez más, la importancia de la cordialidad con las cosas que perecen.
Con la solemnidad que habita ahora mi cuerpo, te abrazo.
Ish2
Citado por Byung Chul Han en Filosofía del budismo Zen. España: Editorial Herder. 2015.
Mauricio-Ishwara (Ish): Aprendiz serial, peregrino, meditador, escribidor y facilitador de procesos de cambio personal y colectivo. Nació en Colombia, vivió nueve años en Argentina y está radicado en España. Ha trabajado como editor, profesor universitario, asesor estratégico de organizaciones, activador creativo y columnista. Es creador de Ish Peregrino, y co-creador de la empresa De Umbrales y el proyecto Orilla Futuro. Instagram: @ishwara_peregrino.