¿Podremos estar juntos?
Una carta sobre los desafíos del encuentro, las posibilidades de la conversación y la capacidad de 'dejar aparecer'. Por: Mauricio-Ishwara
Querida habitante de temporales,
Recibe mis letras tardías, que fueron cocinadas en dos lugares. Comencé esta carta hace tres semanas en un lugar llamado La Molina, en el Pirineo Catalán, en la frontera con Francia. Es un centro de ski, que durante el verano es poco visitado. Un escenario ideal para un retiro. Terminé de escribirla hace una semana en el pueblo Mollina, en Málaga, al sur del país. Allí el verano es abrasador y sólo los olivos resisten estoicos. Me moví a estos dos destinos para asistir a dos eventos de innovación social.
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Antes de compartirte mis experiencias, quiero decir que en tu carta ‘Temporales’ reconocí múltiples transiciones. Sentí cómo ha cambiado tu manera de habitar Chile. Cuando describes la foto con ‘polera’ de hace un año, veo aún una mujer entre mundos. En ese entonces, tus lazos con Escocia y Colombia (sí, así en ese orden) eran aún robustos.
Al avanzar, me conmovió la tensión de la migrante en una ciudad hostil. En especial cuando dices: “Desde que nos vinimos a vivir aquí con L, hace ya un par de años, hemos empezado una lista consciente de lo que nos gusta de esta ciudad para, con tozudez, intentar imponérsela al cerro de razones que nos expulsan de ella”.
Finalmente, al hablar de los Andes afirmas: “Su sola presencia es refugio. Verla a lo lejos es evadirse de la ciudad, aislarse voluntariamente, acordarse de respirar lento”. Tras esas líneas aprecio una nueva naturaleza. En la palabra ‘refugio’ vibran la adaptación, la acogida y el florecimiento.
Hemos hablado antes de las disonancias del habitar. De cómo la novedad nos atrae al comienzo, pero luego aparece el deseo de lo conocido. También exploramos la tozudez de comparar y la demanda al contexto para que se adapte a nosotros. A veces, renegamos y queremos huir. Pero hay un camino alternativo que incluye la paciencia del trato y la velocidad de la confianza. Este sendero conduce a una conversación más amplia con el lugar. Así manan las revelaciones. Surgen la identidad renovada y sus nuevas formas de narrar.
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Desde hace algún tiempo cultivo la curiosidad por los caminos para ampliar nuestra comprensión del mundo, para reducir esa sensación de que somos elementos separados de comunidades, especies y territorios. En otras palabras, me inspiran las prácticas orientadas a experimentar la interdependencia.
En los últimos meses, he tenido el privilegio de explorar este tema en la formación “Regeneración organizacional”, guiada por el pensador chileno Ronald Sistek. El curso está basado en disciplinas como la ecología, las ciencias de la complejidad y la transformación de las organizaciones. En las primeras clases, surgió una reflexión simple y a la vez esclarecedora: han existido tres formas diferentes de relación con la ‘naturaleza’ (yo agregaría con los otros). Cada una tiene una ‘ética subyacente’, unas motivaciones profundas y unos resultados esperados.
La exploración continuó con una pregunta: ¿Cuál es el patrón detrás de nuestro patrón? La primera forma de vínculo con la naturaleza es aquella que la ve como un mecanismo. Un artefacto con elementos separados, que funciona de forma lógica y es un recurso para la explotación. El segundo patrón, la concibe como obra de teatro. En este caso, los elementos interactúan, pero siguen siendo medibles, observables y requieren de un testigo neutral. Por último, el tercer patrón, considera la naturaleza a como mutuo aparecer. En esta perspectiva, lo fundamental son las relaciones, el movimiento y los resultados de la interacción.
Esta comprensión intelectual sobre las relaciones se ha hecho carne en las últimas semanas. Mis peregrinajes a los Pirineos y Málaga han estado motivados por dos actividades con diferentes formatos, pero con un hilo conductor: ¿cómo aprender a estar juntos?
El primero de ellos ocurrió en Bagá, un pueblo medieval en el Pirineo Catalán. Hasta allí llegamos cincuenta personas de diversas nacionalidades, para vivir la primera edición en España de un encuentro que comenzó hace una década en Purmamarca, Argentina. No hubo promoción, ni organización encargada de la logística, tampoco un temario. Todos llegamos por el voz a voz. Una vez allí, la dinámica fue sencilla. Nos encontramos en la plaza, caminamos hacia un parque, creamos un círculo y nos presentamos. Luego, se compartieron tres simples principios para la conversación: 1. El valor de estar juntos por encima del valor de estar de acuerdo. 2. El compromiso de usar la energía del compartir, y tratar de evitar la energía del convencer. 3. La dedicación seria a la calidad de la conversación.
A continuación, se invitó a cuatro personas a proponer una pregunta. Los temas fueron amplios: ¿cómo reducir la polarización?, ¿cómo cultivar la sabiduría en la sociedad?, ¿cuál es el mejor camino para tratar las migraciones?, ¿cómo crear una red de regiones? Cada quien escogió la incógnita con la que más resonaba. Entonces, creamos cuatro subgrupos y, con la inspiración de los peripatéticos, comenzamos a caminar por las montañas. El ritual lo repetimos dos veces más. Fueron cuarenta y ocho horas para compartir vidas, ideas y naturaleza.
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Pasé unas noches más en el refugio de ski, fui al pueblo de pescadores que ahora llamo hogar y una semana después viajé a Málaga. Allí participé en el Foro de Nueva Economía e Innovación Social NESI Forum. A diferencia del otro encuentro, la invitación fue clara: la co-creación de una economía más sostenible, justa y colaborativa. Los organizadores invitaron a doscientas personas a ‘enredarse’ alrededor de seis retos específicos: 1. Economía de impacto 2. Ciudades y transición justa 3. Tierra, agua y alimentos 4. Descentralización económica y laboral 5. Nuevas narrativas y 6. Incidencia colaborativa. Para abordar las temáticas, usaron metodologías de colaboración y creatividad. Los principios para sostener las conversaciones fueron: 1. Construye sobre las ideas de los demás, 2. Toma espacio/deja espacio, 3 Aplaza el juicio, 4. No a las frases matadoras y 5. Una conversación a la vez. Después de tres días de trabajo, surgieron veintitrés proyectos para responder a los retos.

Retomo esta carta dos días después de este Foro. Aún estoy haciendo-sentido de estos dos ejercicios colectivos. El primero priorizaba la autoregulación y el flujo. El segundo, la inteligencia colectiva y la co-creación.
Mientras repaso tus líneas para responder, encuentro en tu carta una descripción de los Andes, que funciona como metáfora para expresar mis aprendizajes. Dices:
En ciertos sectores de Santiago, tan llenos de edificios –unos más altos que otros–, toparse con la cordillera que se asoma es como sentirse en un juego de escondidas que ni sabías que estabas jugando, y, claramente, emocionarse por encontrarla […]. El territorio, que suele ser ruidoso por los ritmos afanosos tan típicos de las ciudades, ahora parece cubierto por un ruido blanco, es como si el frío sobrepasara en decibeles al tráfico, a la polución, a los afanes, dándole espacio a otras sensaciones, más íntimas, como si a la fuerza ese ‘ruido’ te llevara hacia adentro.
Creo en la posibilidad del encuentro genuino y siento algo similar a lo que experimentas con la cordillera blanca. Frente al aislamiento de las urbes, las burbujas de las redes y la escasez de diálogos transformadores, me resulta inspirador ir a la naturaleza y conectar con otros. También me conmueve sentarme en círculo, escuchar e invocar mi sinceridad a la hora de hablar. A la vez, guardo la esperanza de que bajo ciertas condiciones aparezca la cercanía que mencionas. Mi anhelo en esos contextos es la emergencia de pequeñas ‘islas de coherencia’, un término acuñado por el Nobel en física Ilya Prigogine. Se refiere a pequeñas variaciones en un sistema caótico con la capacidad de elevar todo el sistema a un orden superior.
Pero ir al encuentro suele ser desafiante, también por el ruido y los ritmos afanosos. A menudo, me sentí jugando a las escondidas, como quien ve fragmentos de cordillera entre los edificios. En cada uno de los espacios vi danzar los patrones detrás del patrón. En algunos momentos, me sentí como elemento separado. Me aferré a mi identidad: nacionalidad, oficio, institución o trayectoria. Es cierto que el objetivo era encontrar aliados y conectar sectores. Pero en esa dinámica a veces primaron las lentejuelas. Como es natural buscamos ser reconocidos.
Por momentos, callé y observé distante. Quise ser un testigo. Si era capaz de mantener la atención, celebraba las interacciones. Pero si me distraía se asomaban dos personajes: el crítico y el analista. El primero, comparaba, se quejaba de nimiedades o renegaba de algún contertulio. El segundo, esgrimía en la mente cómo hacerlo mejor o incluso cuestionaba la utilidad de estos encuentros, a la luz de los grandes sufrimientos del mundo.
El péndulo entre la incomodidad y la arrogancia habría sido insoportable, si en la escena no aparecieran otras formas de estar. Por ellas estaba allí. Pero para percibirlas y encarnarlas necesitaba ‘dejar aparecer’.
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La mayoría de nosotros quisiera que la armonía y la inspiración fueran las notas sostenidas de la convivencia. No obstante, sabemos que ‘estar juntos’ y coordinar son ejercicios que implican tensión y atención. No se trata de falta de bondad o empatía. Lo Otro, especialmente si está en desacuerdo o es diferente, amenaza nuestra identidad. Frente a la resistencia, lo habitual es la evasión, la confrontación, el rechazo o la exclusión.
Precisamente por estas tendencias es que son fundamentales estos hitos de gimnasia colectiva. Necesitamos simulacros de comunidad, para recobrar el ritual de compartir. Es esencial alimentar el mito de que ‘juntos somos más que solos’, porque vivimos un tiempo de obsesión con el yo. Resulta imprescindible repetir una y otra vez los principios de conversación, así se olviden a la hora del intercambio. Porque quizás, a fuerza de práctica (como te fue ocurriendo con Chile) nos hagamos porosos, disponibles y ‘dejemos aparecer’.
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Con los días, he podido atesorar los ‘momentos de refugio’. Instantes cuando me evadí del ruido y encontré la mutualidad. Reconozco que cuando me aproximé con humildad, amabilidad y genuino interés, mi motivación creció y vi la belleza del otro. También me conmovió sentirme recibido y acogido. En ese espacio de coherencia y cuidado, surgieron novedades y mi mirada se aclaró. Ese es el origen del término dia-logos, la palabra que mueve.
Hace años, descubrí un inspirador libro llamado On Beauty1 (“Sobre la belleza”), del filósofo y poeta irlandés John O’Donohue. El autor propone recobrar una manera de acercarse a la realidad, para descubrir lo oculto de las existencias. Afirma:
Nuestra arrogancia contemporánea nos hace creer que podemos cruzar cualquier frontera sin preparación, permiso ni el reconocimiento de lo que estamos haciendo. Algo que hemos perdido es lo que llamo la reverencia de la aproximación. Algunas de las cosas más secretas y sagradas, si no son encontradas con reverencia, no se acercarán. Creo que la reverencia es un profundo acto de respeto, expectativa y preparación.
Me despido, querida amiga, con la sensación de haber entrenado mi reverencia de la aproximación. Atesoro la oportunidad de conocer seres comprometidos con las transformaciones que necesita nuestro tiempo. Celebro la voluntad de dejar atrás la vida propia para compartir con extraños y aceptar la tensión. Anhelo que este tipo de iniciativas se repliquen, para sostener la pregunta: ¿Podremos vivir juntos? También deseo que donde lo comunitario es aún vibrante, se preserve y se expandan esas formas de navegación colectiva.
Quedo atento a tus letras.
Con cariño,
Ish2
O’ Donohue, J. 2004. Beauty: The Invisible Embrace. Bantam: UK.
Mauricio-Ishwara (Ish): Aprendiz serial, peregrino, meditador, escribidor y facilitador de procesos de cambio personal y colectivo. Nació en Colombia, vivió nueve años en Argentina y está radicado en España. Ha trabajado como editor, profesor universitario, asesor estratégico de organizaciones, activador creativo y columnista. Es co-creador del proyecto Orilla Futuro. En Instagram es @ishwara_peregrino.
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