Entre-tejidas
Una carta sobre hilos visibles e invisibles, aprendizajes compartidos y el arte de hacer familia con quienes nos miran y nos sostienen. Por: Nathalia Salamanca.
Querido co-inspirador:
Abro esta carta con una confesión: estas letras empezaron a tejerse con imágenes.
Hace poco me topé en la calle con un enredo de cables y, mientras le sacaba una foto, imaginé que una araña grandota los había tejido. Me quedé enganchada o, tal vez, ‘la araña me atrapó’. Empecé a cavilar sobre los hilos y las redes literales y figurativas que he ido tejiendo en la vida.
Y se me aparecieron varios hilos.
Te los voy a compartir en esta carta.
En letras. Y en imágenes.

Primera escena
Cuando era chica, en el colegio me enseñaron a tejer –o lo intentaron, al menos. Recuerdo una lana azul clarita (celeste, corregiría M), dos agujas grandes y la ayuda de mi tía Olguis cuando nos visitaba en casa.
Mi tejido, impreciso, era testimonio de mi proceso de aprendizaje; el suyo contaba otra historia: una más apretada, más limpia. La tarea era tejer una bufanda, y el resultado terminó siendo un retrato de las conversaciones entre quien ya lo ha hecho antes y enseña, y quien está aprendiendo y hace lo que puede con lo que tiene.
Por mucho tiempo ese recuerdo me ha hecho sonreír. Sobre todo cuando pienso en lo desprolijo que se veía el tejido, que pasaba de bufanda usable en unos centímetros a un yo-no-sé-qué medio impresentable en los otros. Hoy, sin embargo, ese tejido se siente distinto. Se siente a conversación, a compañía. Sabe a retrato del tiempo que ella y yo pasamos juntas, en un intento de enseñar no sólo a tejer (‘hacer la tarea’), sino a estar. A verse.
Entretejidas.

Segunda escena
Mientras caminabas la ‘bobadita’ de 160 kilómetros de tu camino de Santiago y preparabas, muy en consecuencia, tus letras de la carta pasada Caminar las palabras, yo andaba por aquí, en un viaje distinto, donde se me asomaba por las esquinas – mentales y barriales– la pregunta por la familia.
Lo que nos es familiar.
El soy porque somos.
En tus letras, tú, mi confabulador de la mirada atenta, aventuraste unas líneas que hoy operan de gancho en esta escena:
En tu bitácora, percibo una canción con estos tres acordes. A veces, se evidencia una Nathalia consciente de su aventura personal; otras, emerge una trama humana, y en ocasiones, suenan notas de territorios.
Lo haces ver como una melodía, y eso te lo agradezco. A veces, en todo caso, no se siente tan así. A veces, mis acordes desafinan.
En mis cavilaciones –y con ocasión de compartir largos audios por WhatsApp narrando sueños, literales, y sus posibles interpretaciones–, le mencionaba a una buena amiga que esta migración actual era resultado de ‘hacer familia’, o de expandir la manera o el entendimiento de ‘ser familia’. Tejer mis hilos, con sus colores y tonalidades, con unos nuevos, en mis territorios inexplorados.
Ella, en un lenguaje más comunitario, que habita, me decía que para ella su familia no se diferenciaba entre lo íntimo/personal y lo colectivo. Que así como estaban sus ‘orígenes’: papá, mamá, hermanas, abuelos y un largo etcétera, también estaban sus vecinos, sus amigas, sus ríos, sus territorios y sus luchas comunes.
Un latido colectivo de lo que le es familiar y en donde se siente en familia.
Un latido colectivo que supera la mirada estrecha de quienes reducen este ser porque somos a los lazos de sangre.
Tejidos colectivos.

Tercera escena
Este veinte veinticinco me ha hecho algunos regalos. Uno de ellos ha tendido un hilo desde mi casa (departamento, corregiría M), pasando por la Línea 1 del metro, los sube y baja de la estación Universidad de Chile, para ‘combinar’ con la Línea 2 en dirección a Plaza Quilicura y, finalmente, ‘buscar la luz’ algunas estaciones después para caminar entre telas, cafeterías, veterinarias, cruzar El Mapocho y saludar al San Cristóbal, para actualizarme en matemáticas, literatura, pintura, comprensión lectora, salto de cuerda… y recordar que “De La Habana viene un barco”.
En mi olfateo de nuevos territorios –habitar nuevos lugares, hacerme visible, conectar–, a inicios de año tuve la fortuna de entrelazarme (tejerme) con un voluntariado donde, por un par de horas a la semana, acompaño a niñas y niños a hacer tareas después del horario escolar.
Cuando estamos juntas, siento que tejemos significados colectivos: ese soy porque somos del que te he venido hablando. Ese que conecta con la toma de conciencia o el ‘aparecer’, para ser y hacer comunidad. Ese ir moldeando y extendiendo lo que puede entenderse por ser y hacer familia.
Como una versión recargada de tejer bufandas en azul celeste, gracias a quienes, en el camino, me han visto y me han ayudado a aprender… y a desaprender.
Como ellas y ellos ahora.
Entre-tejidos.

Postales familiares
En mis sueños, mis familias se juntan. Existen rendijitas espacio-temporales (en un guiño al mundo fantástico de Philip Pullman y su ‘daga sutil’),1 y las cruzamos para desayunos, cafés, conversadas.
En mis sueños, meto con facilidad, cualquier día, los pies en el Río Pepino, subo a Carlton Hill a saludar el árbol de mi papá o salimos a trotar en la ciclovía mientras mi mamá bicicletea.
En mis sueños, comparto pizza y pola con quienes quiero cerca de la frontera con Argentina, y nos damos un paseíto cerca de las aguas gélidas que bajan de los nevados.
En mis sueños la distancia es just a fact, no un limitante ni una restricción.

Esta carta ha sido una exploración –algo desordenada, quizás, muy versión mía modo invierno–, de qué es eso de entretejerse, de ser familia, de sostener hilos (vínculos) en la distancia, y de animarse a ofrecer, como ofrenda, lo que uno carga en la mochila… para atreverse a tejer nuevas relaciones, nuevos sentidos, nuevas maneras de estar en el mundo.
En mi exploración, aparecen mis vivos y mis muertos.
Los nombro –como me lo han pedido– porque los llevo conmigo.
Y honro a quienes me han acompañado en mi historia: soñándolos, recordándolos, agradeciéndoles, escribiéndoles.
Gracias por nuestros tejidos, querido con-fabulador.
Gracias por los mundos que se hacen posibles con nuestras letras.
Gracias por la confianza y –como dices tú– por el aparecer.
Un abrazo desde el sur de nuestro sur.
Nathalia2
Esa que le permite a Lyra, a sus doce años, abrir rendijas entre mundos. Más info del libro y la colección, aquí: https://www.goodreads.com/book/show/119324.The_Subtle_Knife
Nathalia Salamanca Sarmiento. Escucho, leo, escribo, edito, así, una y otra, y otra vez. Colombiana, con siete años acumulados en Escocia (en donde escribí mi primer libro) y ahora viviendo en Chile. De formación periodista, como investigadora he trabajado en medios de comunicación, organizaciones sociales, organismos internacionales, centros de pensamiento y espacios académicos en Colombia, Chile, Reino Unido y Alemania. En Instagram @nthl137 y en Twitter @nthl_s